Mudáte a mi casa.
Porque muchas veces
buscaste tu llave para abrirla,
como si fuera tu casa.
O venís cantando por el pasillo
y yo abro la puerta
y nos abrazamos muy fuerte,
nos abrazamos con ganas.
Mudáte a mi casa.
Porque me hacés chistes
por el portero eléctrico
y de los vecinos no me importa nada.
Entrás. Abrís la alacena
por la puerta correcta,
preparás un café y alguna vez
hasta me lo llevaste a la cama.
Mudáte a mi casa.
Porque te sentás en el piso
y te ponés a dibujar, como si fuera tu casa.
Porque sé los dulces que te gustan,
hablamos por los codos,
nos seguimos abrazando
y te preparo un té en la madrugada.
Te gustan los adornos y los cuadros,
oírme tocar el piano
y mirar nuestras fotos
en los retratos de plata.
Mudáte a mi casa.
Porque doy vuelta tus tormentas,
se iluminan tus ojos al mirarme
y nunca yo te pido nada.
Soñamos las mismas cosas,
nos reímos mucho
y se iluminan mis ojos
cuando sienten tu mirada.
Cocinarás una omelette
y yo vendré despacito
y suavemente
te abrazaré por la espalda.
Por eso mismo, mudáte a mi casa.
Porque cantamos y reímos
y soñamos juntos,
y nunca me pedís nada.
Porque nos conocemos cada gesto,
cada músculo, cada idea
y adivinamos nuestros gustos,
por eso mismo, mudáte a mi casa.
Porque volamos juntos
hacia mundos ideales,
como Aladino,
en nuestra alfombra mágica.
Porque nuestra música
es la misma...
mientras comemos chocolate,
mudáte a mi casa.
© Laura S. Schapira
Todos los derechos reservados
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